Ex-palmeras de Santa María

Érase una vez unas palmeras que vivían plácidamente meciéndose con gracia en el barrio más bonito y con más solera de Utrera: Santa María. Había una de ellas que particularmente a mí (y me consta que a más paisanos) me causaba especial simpatía; aunque desconozco con exactitud su edad, no debe tener menos de treinta años ya que la recuerdo allí desde que era pequeño. Sin embargo a diferencia de sus compañeras que lucían frondosas y rechonchas, ésta, por algún motivo que desconozco, tenía un crecimiento  raquítico. Por uno de sus flancos el tronco, canijo y endeble, mostraba en invierno una nutrida flora de musgo y yerbas que indicaba al paseante observador por dónde se situaba  la latitud norte; y su mocho enclenque y desgarbado, apenas si servía a algún gorrión para pasar la noche. Pero ahí estaba, peleona y obstinada por tirar p'alante.

Sin embargo, y sin razón aparente, alguna cabeza pensante de la delegación de urbanismo de nuestro Exce-lentíssimo Ayuntamiento debió pensar que tres imberbes naranjos lucirían mejor que nuestras queridas palmeras, y sin más motivo que se me pueda ocurrir, las sustituyó.
Esta tarde, mientras andaba de caza fotográfica por el extra-radio urbano, me quedé  perplejo ante un inesperado paisaje. En una zona de Utrera donde ya no hay más que una piscina municipal, una zona deportiva y un viejo matadero, entre tierras removidas y yermas, me las encontré replantadas. En una zona alta, dominando el nuevo y hormigonado cauce del Calza Ancha, sin gracia ni solera, desde donde se divisa a lo lejos la torre de la iglesia que da nombre a su antiguo barrio. Y encima, para recochineo de las palmeras, esa nueva zona tiene por nombre... Vistalegre.

El musgo (ya seco) que marcaba el norte, el de mi palmera endeble, esa de la izquierda, mira ahora por azar hacia el este.